«Doctora Jekyll», de Curtis Garland

  • Doctora Jekyll; por Curtis Garland [Juan Gallardo Muñoz]; ilustración de cubierta, Salvador Fabrá. Barcelona: Editorial Bruguera, octubre 1973. Colección: Selección Terror; nº 33.
  • Materias: Jekyll/Hyde – científico loco – psycho-killer

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Juan Gallardo Muñoz fue un gran aficionado al cine, y como tal, allá en los años cincuenta del pasado siglo trabajó escribiendo crítica cinematográfica. También, leyendo sus novelas de terror, queda evidente que sentía una gran pasión por ese género, y uno se pregunta cómo estuvo tantos años sin poder abordar el mismo.

Leyendo Doctora Jekyll quedan evidentes ambas circunstancias. En lo que respecta al cine, tras una cita inicial a la novela de Robert Louis Stevenson hay una segunda procedente de la versión fílmica dirigida por el gran Rouben Mamoulian -a día de hoy, la mejor adaptación al cine que existe del original literario-. En todo caso, una vez leída la novela, queda patente que no intenta seguir los pasos argumentales, a modo de secuela, de la película protagonizada por Fredric March; tampoco, pese a centrarse en una hija del doctor Jekyll, se inspira en la película Daughter of Dr. Jekyll que dirigiera en los cincuenta Edgar G. Ulmer -el film no se estrenó en nuestro país, por lo cual es difícil que Gallardo lo pudiera ver-. Más bien el bolsilibro parece inspirado en la Hammer, y en concreto en el film que Roy Ward Baker dirigiera como Doctor Jekyll y su hermana Hyde, de 1971. El ambiente, la atmósfera, es típicamente Hammer -algo, por lo demás, muy habitual en la narrativa de Garland-, y además aparece un personaje que se llama Brian y otro que se apellida Clemens; Brian Clemens, precisamente, fue el guionista de la citada película. Y el tema de la conversión, en esta novela, recuerda un tanto, pero cambiando el sexo, a Las dos caras del doctor Jekyll, también de la Hammer, esta vez dirigida por Terence Fisher… Prosiguiendo con las influencias cinematográficas, tenemos un organillero ciego que identifica al asesino por el olor de su colonia, algo muy similar a lo que acontecía en la obra maestra de Fritz Lang M, el vampiro de Düsseldorf (1931), donde el criminal era identificado por un mendigo ciego por silbar la tonadilla de Peer Gynt.

La novela, por lo demás, está escrita en la etapa que, para mí, es la mejor de Gallardo. El estilo literario alambicado, las descripciones densas, en lugar de meter paja a una narración que debe tener una extensión predeterminada, lo que hace es enriquecerla. Buen estilo, pues, ritmo adecuado y, conociendo la habitual honradez del escritor para con su público, la identidad del asesino (o asesina) se descubre con tiempo, pues no le gusta cometer trampas con el lector.

Una obra fundamental en los bolsilibros de terror y en la narrativa de Gallardo.

Carlos Díaz Maroto

 

 

 

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