Una mirada a la narrativa de ciencia ficción de Marcus Sidereo

Mi primer acercamiento a Marcos Sidereo —María Victoria Rodoreda (1931-2010)— fue durante una ya lejana y fría tarde de otoño de 1974, con la lectura de una extraña novela publicada el año anterior, y titulada Gas neutro, nº 155 de la colección «La conquista del espacio», que me había dejado un amigo de clase y que luego conseguí.

Recuerdo bien que, mientras avanzaba en la lectura de la historia, en la que unos astronautas llegan a un rarísimo y lejano planeta envuelto en una atmósfera de vida y muerte, un sentimiento de extrañeza, de intranquilidad emocional, de expectación incontrolable por saber lo que sucedería, pobló aquellas tres horas casi ininterrumpidas e impidió que realizase los deberes para el día siguiente. Tuve suerte: los espíritus de la ciencia ficción me protegieron y ningún profesor me preguntó nada.

Con el tiempo, mientras se iba incrementando mi colección de bolsilibros de ciencia ficción, viernes a viernes, mi interés por Marcus Sidereo se iba centrando en ciertas novelas suyas que me trasladaban a aquella tarde oscura y lluviosa en la que leí Gas neutro.

No voy a entrar en la cuestión de si es la labor literaria de María Victoria Rodoreda o la de su marido, el autor Juan Almirall, la que predomina en su narrativa. Voy a comentar brevemente, desde un punto de vista sentimental, el estilo de las narraciones y señalar algunas novelas emblemáticas de Marcus Sidereo, sin detenerme en quién se encuentra bajo ese nombre; bajo ese seudónimo.

Desde las primeras novelas (las más solventes) que fui leyendo, comprobé que Marcus Sidéreo creaba atmósferas crepusculares de inquietud, sensación de sorpresa, vívido terror psicológico, con unos personajes —en sus buenos momentos— precisos y con cierta progresión psicológica, que se debatían entre la lealtad y el amor, o el odio y la crueldad, hacia sí mismos y hacia los demás.

Intriga sin pausa, dilatación temporal en los sucesos que se narraban, ritmo vibrante en los pasajes finales de los relatos, con acciones paralelas y desasosiego, tanto en los protagonistas como en los lectores, confirmaban que Marcus Sidereo manejaba el material literario, en bastantes de sus novelas, con un criterio riguroso y estupendamente planificado.

Sobra decir (como en otros escritores bolsilibrescos) que sus deficientes conocimientos científicos —confusiones entre sistemas estelares y galaxias, incoherencias de velocidades y distancias, y hasta incomprensible desconocimiento entre planetas y estrellas— estropeaban, en gran parte, unas atractivas ficciones.

Pero, a pesar de esto, sobrados títulos de Sidereo, durante muchos años, y con palabras de Borges, me llenaron de terror y de soledad. Y lo siguen haciendo.

Y, como recomendación personal, aquí ofrezco una mínima lista de mis obras imprescindibles —insistiría en la titulada El límite— para deleite de los amigos que aún no las hayan descubierto:

  • Viaje al infinito: “La conquista del espacio”; nº 110.
  • El límite: “La conquista del espacio”; nº 223.
  • Los descendientes: “La conquista del espacio”; nº 227.
  • La organización: “La conquista del espacio”; nº 232.
  • Después de la invasión: “La conquista del espacio”; nº 235.
  • Cementerio espacial: “La conquista del espacio”; nº 243.
  • El planeta de las células: “La conquista del espacio”; nº 288.
  • Plasma viviente: “La conquista del espacio”; nº 328.

Luis Ángel Lobato

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