“El rastro de los inmortales”, de Glenn Parrish

El rastro de los inmortales; por Glenn Parrish [Luis García Lecha]; ilustración de la cubierta, Antonio Bernal. Barcelona: Editorial Bruguera, 1972. Colección: La Conquista del Espacio; nº 87.

  • Género | materia: ciencia ficción | sociedades futuristas – longevidad – trasplantes de cerebros – intrigas políticas.

Con una maravillosa portada del gran Antonio Bernal, el mejor ilustrador –en mi humilde opinión– de todas las etapas de la colección «La Conquista del Espacio», se nos abre una narración típica, tanto en contenido como en estilo, de Glenn Parrish / Clark Carrados.

En esta ocasión, la trama comienza a finales del siglo XX, con un malhechor a gran escala y su “chica”, una antigua ayudante de un eminente científico y cirujano, quienes, para eludir una larga condena, logran trasplantar sus cerebros a los cuerpos de jóvenes a los que han asesinado. Con el tiempo, siguiendo análogo procedimiento, van perpetuándose, a lo largo de más de cuatro siglos, y anunciando quiénes serán sus próximos sucesores, como el “Gran Guía” y jefe supremo de la Tierra y su distinguida señora.

Estamos en el siglo XXV. El curioso e intrépido historiador Lou Arnold y la bella locutora Edna Snery, en sus –en un principio– inocentes investigaciones, irán sospechando, poco a poco, que algo extraño ocurre con las personalidades de los diferentes “Grandes Guías”, y entablarán, ya de lleno, atrevidas pesquisas en la gran Biblioteca Central para descubrir la terrible verdad que ocultan los dictatoriales mandatarios y, seguidamente, unas acciones audaces con el fin de derribar ese régimen político que tiraniza a los humanos, aunque para ello Lou Arnold deba padecer numerosas penalidades en una de las sanguinarias prisiones para presos políticos.

Como era de suponer en las ficciones de nuestro escritor, el simplismo argumental, las situaciones desatinadas, absurdas y el nulo desarrollo psicológico de los personajes –solo son figuras prefabricadas–, idénticos a los de otras novelas suyas de la misma colección (y de otras), se unen a un ritmo narrativo que nunca decae, a una suave aventura –los grandes artificios o las desbocadas estridencias casi nunca se dan cita en los relatos de Parrish / Carrados– que divertirá de principio a fin al lector. Y todo ello –también típico del autor– envuelto en una atmósfera teñida de melancolía, como de un abandonado y rojizo atardecer, que nos dejará con una sensación de placentera tristeza al cerrar esta entretenida novela que es El rastro de los inmortales.

Para disfrutar con la única pretensión de sonreír, con beneplácito, durante dos o tres horas. Cosa que no está nada mal.

En mi calificación literaria, entre el 1 y el 5, la puntúo con un 2.5.

Luis Ángel Lobato

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